domingo, 14 de abril de 2013

Norma Penjerek, el mayor enigma de la Argentina

A más de 50 años de su desaparición, el caso Penjerek continúa siendo uno de los grandes misterios policiales argentinos. Norma Mirta Penjerek era una adolescente de 16 años en mayo de 1962. Vivía en Floresta con sus padres y cursaba el secundario en el Liceo de Señoritas. Una chica que hacía una vida normal, como cualquiera de su edad en aquella época, cuando los barrios de la capital todavía tenían el aspecto que aún conservan las pequeñas ciudades del interior bonaerense. El caso Penjerek, a 50 años de que se abriera ese expediente, es un misterio que ni el paso del tiempo pudo borrar. La causa fue cerrada definitivamente en los setenta, luego de la intervención de ocho jueces de distintas jurisdicciones. Se trató, quizás, del mayor enigma de la historia penal argentina. El 29 de mayo de aquél año, Norma salió poco antes de las 7 del anochecer. Se subió a un colectivo, en la esquina de su casa ubicada en Juan Bautista Alberdi 3.252, y viajó menos de veinte cuadras hasta la vivienda de Perla Stazauer de Priellitansky, su profesora de inglés. A más tardar a las 20,15 debía estar de regreso, donde la esperaban para cenar sus padres, Enrique Penjerek y Clara Beitman. Terminó la clase y Norma se marchó. Pero a partir de ese momento, nada se supo. ¿La estaban esperando? ¿Fue secuestrada? Poco a poco, iba comenzando a tejerse la más compleja trama de horror y misterio. Los padres buscaron por todos lados, sin encontrarla. Por eso, ya en los primeros minutos del día 30, Enrique Penjerek, que trabajaba en la Municipalidad de Buenos Aires y era un respetado dirigente de la comunidad judía, presentó la denuncia en la comisaría 40. Fue una averiguación de paradero que en primer momento no les interesó a los policías. Es más, no hicieron absolutamente nada. Diez días después, los padres de Norma publicaron una solicitada en diarios de la época con la foto de la adolescente. Tampoco tuvieron resultado. Sólo algunos llamados aportando datos falsos, que no llevaron a ninguna parte. Pero en el mes de julio de ese año, se produjo el hallazgo que comenzaría a ser noticia y estremecería al país. En Llavallol, en forma casual, encontrarían un cadáver, desnudo y semienterrado. Estaba en un terreno que pertenecía a la Universidad Nacional de La Plata. Se abrió una causa penal de inmediato y, luego de varios estudios médicos, se determinó que se trataba del cadáver de la muchacha desaparecida en mayo. Pese al estado de descomposición del cuerpo, pudieron extraerle una huella dactilar y, además, la ficha odontológica terminó de confirmar la sospecha. Los forenses dijeron que a Norma la habían estrangulado, además de provocarle un profundo corte en el cuello. La instrucción de la causa recayó en el juez penal de La Plata, Alberto Garganta. Se trataba de unos de los jueces jóvenes más prestigiosos de la capital provincial, quien se jubiló en 1997. María Sisti tenía 23 años cuando, ya en 1963, fue demorada por prostitución en el barrio porteño de Constitución. Esa vez tenía algo para contar: dijo que sabía quiénes estaban detrás del crimen de Norma Penjerek. Varios comisarios la escucharon: ella acusó a dos personas: el zapatero Pedro Vecchio, por entonces de 47 años y viudo, que vivía en Florencio Varela. También señaló a otra comerciante, Laura Muzzio de Villano. María contó que Pedro y Laura comandaban una red de prostitución. Que ellos captaban adolescentes, a quienes drogaban para llevarlas a una quinta de la localidad de Bosques, donde organizaban orgías, fotografiaban a las víctimas y entregaban a las menores a selectos clientes. Norma se había resistido y la habían matado. La historia, aunque parecía novelesca, cerraba porque el zapatero había desaparecido, estaba prófugo. Con el correr de los días, y mientras crecía el escándalo, la Policía consiguió el testimonio de tres prostitutas, que confirmaban la historia de María. También Laura de Villano había terminado confesando. Hubo más información que se filtró a la prensa: Vecchio usaba un auto Kaiser Carabela para salir a secuestrar jovencitas. En septiembre de 1963, el zapatero Vecchio, que tenía dos hijas, se presentó voluntariamente y juró ser inocente. Dijo que era víctima de una confabulación en su contra, que nada tenía que ver con la red de prostitución y que, además, jamás había visto a Norma Penjerek. Para entonces corrían todo tipo de versiones. Incluso un diario de esa época llegó a mencionar que investigaban una posible confabulación de un grupo de ultraderecha, que estaría detrás del crimen de Norma. Que lo habían cometido en represalia a la captura en Argentina de uno de los mayores responsables del Holocausto, Adolf Eichmann, quien había sido sacado en secreto del país y llevado a Israel, donde fue condenado a muerte. Claro está que esta hipótesis, que tenía como disparador que Enrique Penjerek era un destacado dirigente judío, no llegó a nada, se trató de un disparate más en esta historia. La causa, por cuestiones de competencia, fue cambiando de jueces. Por último, comenzaron a retractarse los testigos que habían declarado en primer momento. María Sisti, la prostituta, dijo que la habían torturado para decir lo que había declarado. Se probó que la mujer vivía en una pensión, propiedad de un fotógrafo de apellido Fernández, quien tenía una enemistad manifiesta con Vecchio. Por esa razón, le había pagado para que acusara al zapatero. Tres años después del asesinato de Norma, en el año 1965, la Cámara del Crimen de la Capital Federal decretó el sobreseimiento del zapatero Vecchio, que regresó a su negocio de Florencio Varela y jamás volvería a ser mencionado como sospechoso. A partir de entonces, la causa durmió en un juzgado capitalino. Hasta que, en la década del setenta, se archivó el expediente para siempre. Para entonces, ya se había convertido en el mayor misterio de la Argentina.

Escribe: Paulo Kablan
minutouno.com

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