jueves, 16 de febrero de 2012

Carlos Borsani, vanguardia del teatro popular



Era un icono de la movida madrileña, pero eso fue en los ochenta. Desde entonces, Carlos Borsani, cuyo corazón dejó de latir el martes en Madrid, donde vivía desde finales de los setenta, fue un revulsivo permanente del teatro más vanguardista y revolucionario, sin que por ello dejara de ser popular hasta el punto de que él y su compañía, el Gad, se habían convertido en una versión contemporánea de los cómicos de la legua. Con sus casi 50 montajes siempre trató de atraer a todo tipo de público, sobre todo al joven; aunque, afirmaba, “a los estreñidos del teatro no les hemos gustado nunca”. Con sus espectáculos, especialmente con el más conocido, ¡Viva Quevedo!, recorrió numerosas localidades españolas.

Borsani relataba que había nacido el 1 de septiembre de 1939, el día que Hitler invadió Polonia, aunque su permanente coquetería a veces restara unos cuantos años a la verdad histórica. Nacido en Florencio Varela (Argentina), era hijo de dos peronistas de izquierda. A los 14 años le comunicó a su madre su homosexualidad. Desde entonces fue un firme defensor de la lucha por los derechos de los gais. Con 15 años se fue de casa y empezó a trabajar junto a Carlos Borcosque padre, cineasta y creador significativo en la Argentina de los años cuarenta y cincuenta. Con solo 15 años escribió a medias con él Voy a hablar de la esperanza, con música de Joe Borsani, su hermano, con quien trabajó durante toda su vida y cuyas canciones siguió incluyendo en sus espectáculos después de que este muriera, hace ocho años. Ambos hermanos fueron creadores fundamentales en la movida, con canciones de música pop tan emblemáticas como Yo tenía un novio que tocaba en un conjunto beat, grabada por Ruby y los Casinos, con cuya cantante tuvo una hija, Juana.



Aún en Argentina, Borsani colaboró —aparte de con Borcosque, al que siempre consideró su maestro— con conocidos cineastas como Enrique Carreras y Carlos Frugone. Puso en pie proyectos cinematográficos, trabajó en programas de televisión y se convirtió, jovencísimo, en firme promesa del cine y del teatro. Estudió con la gran Lola Membrives. Narrando su experiencia profesional con ella afirmó: “En el gallinero de su teatro me enseñó, a hostias, a decir el verso”.



Borsani vino por primera vez a España en 1969, con el escritor y letrista Armando Llamas. La dictadura franquista le horrorizó y se marchó a recorrer Marruecos y Latinoamérica. En 1977 regresó a Argentina para cuidar a su padre, enfermo de cáncer. Una comisión de militares y curas le interrogó por su montaje Panchito, que consideraron provocador. Su propio padre le suplicó: “Vete, porque te van a matar, como a tantos otros”. Su hermano Joe, ya instalado en España, le convenció para que volviera a Madrid.



Con su grupo, el Gad, introdujo un nuevo y rompedor lenguaje en la escena madrileña

Una de sus primeras actividades en Madrid fue crear el Gad (él, ateo sin fisuras, decía que eran las siglas de “gracias a dios”), un grupo de teatro rompedor que investigaba nuevos lenguajes escénicos, al que pronto se incorporaron Juan Ramón Sanz y Tizi Cifredo. En 1980 el grupo montó La escuela del amor, obra basada en un texto de Sade. A los pocos días el teatro se cerró por orden gubernativa. “Molestamos a la crítica porque esto no es algo convencional. Pero sí tienen razón los que dicen que no es teatro. Es un suceso de arte popular”, señaló, respondiendo a la fuerte campaña contra el espectáculo lanzada desde algunos medios. Sin embargo, críticos como Francisco Umbral y Eduardo Haro Tecglen, con quien siempre mantuvo una relación cordial, salieron en su defensa. El entonces alcalde, Enrique Tierno Galván, ordenó la reapertura de la sala. A partir de ese momento Borsani y el Gad también se convirtieron en habituales de Damajuana y del mítico Rockola, donde llevaron a cabo actuaciones de numerosos montajes suyos, a los que el dramaturgo les llamaba “espectáculos kleenex” porque eran de usar y tirar, ya que los mantenían poco tiempo en cartel y alguno duraba tan solo 15 o 20 minutos, como Intimidades, Extravaganza, La marca del zorro o una curiosa versión de Hamlet.



Provocador y enormemente generoso con sus amigos, libertario, muy culto e informado y apasionado por el cine y la música, padecía y gozaba de adicción al trabajo. Pero que nadie se lleve a engaño; se cuidaba mucho, no bebía, no fumaba, no se metía otras sustancias y estaba muy pendiente de su alimentación y su salud, deteriorada tras la subida de tensión que padeció hace unos años.



Uno de sus últimos montajes fue Los desastres del dinero, de Ramón Sanz, Borsani y Cifredo y, como siempre, música de su hermano Joe. Ahora preparaba un espectáculo sobre el Cándido de Voltaire, que él iba a protagonizar, una película y el lanzamiento de un disco inédito que su hermano Joe dejó grabado.

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