miércoles, 6 de abril de 2016

Un cambio de actitud en la relación con los animales

En 1909 el doctor Ignacio Albarracín, presidente de la Sociedad Argentina Protectora de los Animales, les propuso a las autoridades porteñas que cerraran el Jardín Zoológico y lo convirtieran en un museo. Albarracín se refería al zoo como la prisión de los animales y decía: "Los jardines zoológicos son una institución de crueldad [...] fomentada, por la ley y por la opinión general, en la pretenciosa idea de amontonar en tres o cuatro manzanas de tierra lo que la naturaleza, sabia creadora, ha distribuido en los continentes, elevado a los aires y montañas, esparcido en los desiertos y bosques, sumergido en las aguas y formado en las situaciones más variadas".


La propuesta era extraña. Apenas un año antes, ese zoológico había sido el escenario del primer Día del Animal, celebración que el propio Albarracín había creado. Luego de muchas gestiones, el proteccionista había logrado que el 29 de abril fuera consagrado como efeméride escolar para que los chicos dedicaran la jornada a fortalecer los sentimientos adquiridos durante el año mediante la lectura de composiciones propias y de eminentes autores, con debates y conversaciones, poesías y canciones. También propuso que en esa fecha los alumnos pudieran visitar una granja, un cuartel, un palomar o cualquier establecimiento en donde se emplearan animales, para entrar en contacto con ellos y comprobar sus penosas condiciones de vida. El lugar elegido fue el Jardín Zoológico de Buenos Aires.


El abogado e incansable defensor de los animales tenía predicamento, pero con la propuesta de cerrar el zoo había ido demasiado lejos y como respuesta sólo recibió burlas. En la época, pensar que un zoológico era incompatible con la protección de los animales estaba muy lejos del sentido común. Por eso, otra sociedad protectora porteña declaraba: "Es cosa admitida en todos los países civilizados que las colecciones de animales vivos son indispensables para instrucción de la juventud, para las investigaciones científicas y para solaz y recreo del pueblo".

Sin embargo, la solitaria prédica de Ignacio Albarracín contra el encarcelamiento de los animales parece encontrar eco muchos años después. Primero fue Rosario, ciudad que, con la consigna "Los zoológicos se van, se cierran con el siglo", terminó con ese tipo de espectáculos hacia el final del siglo XX.


Porque aunque el paseo por un zoológico siga siendo una opción atractiva para que algunos abuelos paseen con sus nietos y una conveniente oferta para contingentes escolares, los zoológicos y los oceanarios hoy están en el centro de las protestas y denuncias de los vecinos y de los militantes de la defensa de los animales en todo el país.

Las vigilias de cientos de jóvenes en el Jardín Zoológico de Buenos Aires a causa de la muerte del oso polar; las decenas de miles de firmas para pedir el traslado del oso Arturo desde el zoológico de Mendoza hacia una reserva en Canadá; las numerosas manifestaciones en contra de los zoológicos de Colón, de Florencio Varela y de La Plata, en la provincia de Buenos Aires o frente a El Arca de Enrimir, en Concordia; las protestas contra los oceanarios de San Clemente y de Mar del Plata o el inminente cierre, debido a las denuncias, del zoológico de Santiago de Estero son claros indicadores de un cambio de actitud respecto de nuestra relación con los animales.

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Pueden ser predios municipales o privados, tener celdas clásicas o denominarse "centros de conservación". A veces las denuncias se vinculan con el estado físico de los animales o con el maltrato que reciben cuando además de estar confinados son adiestrados para realizar pruebas circenses. Lo cierto es que en todos los manifestantes y opositores está presente -aun sin saberlo- aquello que postulaba a comienzos del siglo XX don Ignacio Albarracín, iniciando una tradición que hoy comienza a ver sus frutos: "Lo que no tiene perdón de Dios y es la crueldad más inaudita es que a los animales, por el solo hecho de haberles dotado la naturaleza de condiciones excepcionales, se los aprisione, se los encierre en estrechos calabozos sin otro objeto que el de servir de diversión al público".

lanacion.com.ar

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