Bajo la lluvia, una multitud aguardaba para ingresar al Ministerio de Trabajo. En largas colas, hombres, mujeres, niños y ancianos esperaban para darle el último adiós a Evita.
Ella descansaba en un ataúd, con tapa de cristal, y con el escudo peronista sobre su pecho, en la capilla ardiente montada en el vestíbulo de entrada del edificio. Detrás, el presidente Juan Domingo Perón, con una leve inclinación de cabeza, agradecía las expresiones de dolor de los que desfilaban, en silencio, unos y entre sollozos, otros.
Aunque hacía meses que se esperaba el desenlace, la mayoría de sus seguidores confió en un milagro hasta el último momento. Eran tantos los que rezaban por ella… Pero no sucedió.
Evita murió el 26 de julio de 1952, a las 20.25, mientras Perón permanecía de pie detrás del respaldo de su cama. Ella tenía treinta y tres años. En su breve actuación pública, nada más que siete años, había grabado su huella en la historia.
* Extractado de la amplia nota que aparecerá en el próximo ejemplar del
Periódico EL PROGRESO
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