Nahuel Pennisi (23), de parecido físico con el crack,
aprendió a tocar solo, de una manera muy particular. Cantaba folclore en la
calle, hoy lo elogian grandes como Luis Salinas y se presentará en un congreso
de la ONU. Mirá el video.
Esa tarde, mientras Boca perdía con Fluminense en Río de
Janeiro la semifinal de la Copa Libertadores de 2008, en la céntrica esquina
porteña de Florida y Lavalle un chico ciego de 17 años se acomodaba en su
banquito de todos los días. Arpegiaba una guitarra criolla acostada sobre su
falda, en posición horizontal, y muchas de las cincuenta personas que había a
su alrededor se secaban sin disimulo las lágrimas, entre gestos de admiración.
Habían caído en el conjuro. “Yo en un oído tenía el auricular con la radio, y
escuchaba 'goool'. Pero mientras tanto estaba cantando. Tenía mucho público, no
podía parar de tocar, pero no sabía de quién era el gol y me desesperaba”,
recuerda Nahuel Pennisi, que hoy tiene 23, cosecha reverencias en el mundo del
folclore y tiene por delante su propio “desafío mundial”: tocar en Nueva York
durante un congreso de la ONU sobre discapacidad, invitado por León Gieco, uno
de sus referentes musicales.
Las insistentes comparaciones con Lionel Messi parten del
parecido físico entre el crack de la Selección y el joven de Florencio Varela
que está a por editar “El sueño de la canción”, su primer disco, en el que
grabaron Luis Salinas, el Chango Spasiuk y Lito Vitale.“Messi logró todo lo que
podía, pero quiere más. Me comparan con él por tener un aire, pero también por
cómo siento mi vocación. Yo soy muy libre, muy directo”, dice el confeso hincha
de Defensa y Justicia, Boca y el Barcelona, antes de viajar a EE.UU. por
primera vez en su corta carrera, que ya tiene en el haber giras por México,
Bolivia y el interior del país.
La historia de Nahuel, el joven del que se habla en peñas y
festivales de música popular, comenzó mucho tiempo atrás. Antes de su propio
nacimiento. “Yo estaba de cinco meses y soñé que mi panza era transparente. En
el sueño lo veía a Nahuel, sentado, que me miraba fijo. Después que nació
pasaban los días y no abría los ojos. Yo insistía que algo había, y en el
Garrahan dijeron que no tenía posibilidades de ver por un problema en el nervio
óptico. Fue muy duro”, recuerda su madre, Fabiana.
El chico se crió, primero, con su madre soltera y sus
abuelos. Cuando tenía tres años, Fabiana se enamoró de Fernando Cáceres, un
estudiante de música en Bellas Artes. Y se fue a vivir con el bebé, su pareja y
otros dos músicos a La Plata. Ahí creció rodeado de libertades e instrumentos
que le daban curiosidad. Y desde muy chiquito cantaba: “A los cuatro, mis
viejos ponían Pink Floyd y yo lloraba. Me emocionaba, me conmovía la música. Me
preguntaban por qué lloraba, si quería que la apagaran, y yo pedía que la
dejaran”.
Después, todo se precipitó. A los 4 agarró el bajo que
Fabiana y Fernando usaban en su dúo de blues. Ellos lo dejaban sobre la cama,
porque Nahuel no lo podía sostener, y él lo tocaba como estaba, en posición
horizontal. Así fue preguntando las notas y aprendiendo con un método que él
mismo desarrolló. “Un día entraron a robar a casa y se llevaron el bajo. A mí
me dolió mucho, pero me prestaron una viola. Capaz fue una ayuda. Hoy tengo que
agradecerlo”, recuerda quien, por esa época, empezó a estudiar música con una
profesora de Florencio Varela. Ella descubrió su oído absoluto, el mismo don de
Charly García y Stevie Wonder.
La peatonal Florida fue un escalón alto en la historia de
aquel adolescente prodigio. Un día, después del colegio y con 15 años, le avisó
a su mamá que quería ir a tocar a Capital, en la calle. “Ni en pedo, Nahuel”,
le contestó ella, sabiendo que era en vano enfrentar a los molinos de viento.
El arrancó acompañado por su abuela, en Lomas de Zamora, y rápidamente se mudó
a Buenos Aires, donde sus zambas y canciones de Silvio Rodríguez conmovieron.
En Florida, aprendió los códigos de la calle, a
desenvolverse con la gente y también a envolverla. Como al dueño de un local de
cueros que se hizo cargo de la grabación de su primer demo. “Le encantaba lo
que hacía y me pagó el estudio de grabación de un conocido suyo en Colón. En
Colón de Santa Fe, eh. Yendo para Venado Tuerto… mi ciudad”, dice Nahuel y
espera que todos larguen la carcajada. Su ceguera, según dice, no fue para él
más que una herramienta, un granito de arena para construir el castillo de su
voz versátil y su facilidad para ejecutar instrumentos.
“Si viviera en EE.UU. ya emocionaría a todo el mundo”, opina
Luis Salinas, que había oído hablar mucho de Nahuel Pennisi antes de verlo por
primera vez, en Cosquín 2009. “El había ganado un concurso -prosigue-. Ahí supe
que era un milagro argentino. Después me lo crucé tocando en Florida y lo
invité a mi casa. Participar de su disco para mí es un regalo”.
Las flores que Nahuel recoge de cuanto artista lo menciona
explotaron este enero promisorio, cuando Gieco lo invitó a sus shows en el Luna
Park y, solo con la guitarra, abrió el recital ante una multiud. “Soy muy
tranquilo –repite mientras sus dedos juegan con una armónica-. En el Luna Park
me sentí como en el living de mi casa. Ya no me pongo nervioso. Igual, noto lo
que le pasa a la gente cuando toco. Se genera una atmósfera honda. Yo nunca me
pude mirar en el espejo tratando de entender lo que transmito. Eso lo necesitan
los demás, porque yo lo vivo en carne propia”.
Nahuel fue a Cosquín y a Jesús María, tocó en San Luis y
ahora ultima detalles para sacar su primer disco por Sony e irse a Colombia en
noviembre. Allí lo convocó una camerata europea para protagonizar su primera
ópera como cantante y actor, en “Orfeo y Eurídice”. Pero su "sueño
mundial" empieza antes, el martes en Nueva York, en la ONU. Casi pegadito
al del 10 de la Selección, su reflejo futbolero.
Clarín.com
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