domingo, 29 de mayo de 2011

Inochi wa takara (La vida es un tesoro)

Un libro que se abre: un timbre que suena, una puerta con un hombre del otro lado que nos invita a pasar. Y una voz que aparece para quedarse y resonar en nuestros oídos. Una voz que teje imágenes, historias, pensamientos, sueños. La voz del libro nos sienta en sus rodillas y comienza a contarnos, historias. Crónicas de 15 familias japonesas en la Argentina. Cómo llegaron de la Isla de Okinawa a Florencio Varela escapando de las bombas, sin nada, y con hambre.





Sin embargo, las historias tienen energía y son vitales. Están contadas en un tono amigable, con una prosa seca, cortante, precisa, de oraciones cortas, tal como se caracteriza la escritura de Ariel Bermani. El mismo que ganó el Premio Emecé con “Veneno” en el 2006 y recibió elogios por su novela polifónica “El amor es la más barata de las religiones”, Hum Editores en el 2009, y obtuvo el reconocimiento del público cuando su novela “Leer y escribir”, editorial Interzona, fue elegida como una de las mejores del año 2006.



Bermani no se focalizan en el sufrimiento del desarraigo de los japoneses al venirse a la Argentina, sino en la fuerza con la que empujaron el carro de verduras hasta conseguir dejar de venderlas en la calle, para instalar un vivero en la casa, o una tintorería. Nos cuenta cómo una familia llegó de Brasil en mula y a pie, para casarse, tener hijos y nietos. Cómo aprendieron a disfrutar de las cosas, sabiendo que la vida es un tesoro.



El hallazgo de Bermani se debe, a mi criterio, al poder de síntesis, visión, e interpretación que tiene de la literatura como herramienta de comunicación, sabiendo que la comunicación no existe. (Bermani fue “no docente” de la facultad de Filosofía y Letras). La habilidad de encontrar las palabras justas para narrar mucho, con poco, es otro de sus méritos. ¡Y también con los objetos! Es que Bermani, trabaja de forma lateral los escenarios, con absoluta precisión y belleza. Toma las situaciones por los costados, y es desde ahí que nos muestran los ángulos perfectos (lo que no existe), de la historia que elige para contarnos. Desde los márgenes se ve mejor, o por lo menos es otra visión.



Las construcciones de las historias son paralelas a las historias de vida. Es decir, van de lo particular a lo general. Y es en los pequeños detalles donde nos encontramos con los destellos del texto. Las historias están vivas, son increíbles, y reales. Se sienten. Respiran.



Cada familia que llegó del Japón, para cultivar la tierra en Florencio Varela, es un capítulo de la historia. Estamos frente a un libro de historias de familias, que hacen historia. Pero no es un libro de historia, sino un libro de Bermani. Encontramos su estilo, su manera de narrar, de hacer que termine un capítulo diciendo: “Cuando les pregunté si les hubiese gustado hacer otra cosa, en la vida, todos se quedaron callados, al principio. Y enseguida dijeron que no, que no cambiarían en nada la vida que hicieron, que ellos son felices, así”.



Los capítulos están precedidos por una o dos fotos que embellecen al libro, situándonos en un contexto real, donde la realidad supera la ficción. La sorpresa es otro de los factores de los que está minado el libro, como si fuesen bombas de crema. Así, con estas perlas, se forma un collar que nos permite armarnos de un conocimiento, de un saber histórico, pero contemporáneo. Estamos frente a un documento, increíble, como la vida misma.



Con una tapa marrón y suave, y una foto de cientos de japoneses frente a largas mesas, las miradas nos invitan a entrar. Las letras, a propósito de gran tamaño, nos facilitan una lectura amena, distendida, placentera, que provoca sed. Y por la agilidad con la que Bermani narra, las historias se leen, o escuchan, como tomarse un vaso de agua del manantial. Las hojas perfumadas, como si estuviesen hechas de papel de arroz, le dan el tacto preciso para llegar a una lectura armónica, en equilibrio con el fucking (o áspero diría Bermani) mundo que nos rodea.



“Inochi wa takara” con el paso del tiempo será un objeto de culto para escritores y lectores. Ya que se trata de un libro de Ariel Bermani, pero una rareza. Cuenta con una tirada de 300 ejemplares, que probablemente no vuelva a reeditarse. Pensaba en el valor fetichista de “Qué es el budismo”, libro de Alicia Jurado y Borges, o en “Color local”, otro libro inconseguible que pasó desapercibido en su tiempo, y que jamás se reeditó en español, de Truman Capote, justamente un libro de crónicas reales, de Nueva York. “La vida es un tesoro” es un tesoro en sí mismo.



La forma en la que está escrito es sencilla (con lo difícil que es llegar a ese grado cero de la escritura, como diría Roland Barhes). También es material de estudio para el escritor que se esté formando. La similitud de metodología empleada para este trabajo, nos evoca a Manuel Puig con las grabaciones y transcripciones de diálogos para sus libros. Estas historias fueron narradas por los protagonistas de la historia y escuchadas por Bermani, quien a su vez nos las hace llegar tamizadas por su talento. Por momentos, pareciera que el libro está escrito por un extra terrestre. La forma en que el autor observa al mundo, y la distancia con la que maneja lo subjetivo, objetivándolo con su prosa, nos hace placentero el mundo al que nos lleva.



Después, se acerca como si tuviera un zoom. Nos muestra detalles mínimos: “una helada”, “un pescador”, “una lámpara de kerosene” con solo enunciarlas, sin irse por las descripciones. Las palabras ubicadas en el lugar preciso, donde pueden ser observadas con lupa, nos abren a universos que trascienden lo simbólico, para llevarnos a lo sensitivo (sin excesos ni sobresaltos): “Cosechas de zapallos. Lluvias. Cultivos. Crías de chanchos y gallinas. Carros. Noches. Camiones. Barcos. Una camioneta Ford. El primer tractor. Zapallos. Batatas. Flores”.



Con valor antropológico nos transmite información, al contarnos por ejemplo, que Japón es uno de los países más viejos del Planeta. O que el trabajo es una herramienta de crecimiento, y la cortesía una forma de relacionarse con los otros. Así aprendemos características de los japoneses.



Para finalizar, podemos decir que “Inochi wa takara” (La vida es un tesoro) es un libro fresco, como las verduras que cosechan los japoneses. Nos sorprende al revelarnos que el desapego, con aires de nostalgia puede no ser patológico y hasta producir felicidad, cuando nos cuenta que una familia japonesa de regreso a la Isla de Okinawa descubre que ya no es la isla de sus orígenes, y deciden volver al país donde aprendieron a trabajar y cosechar la tierra. Como una liebre que se atrapa corriendo, y con la leyenda de un pescador para cerrar el libro, no se termina en la página 184, sino que ahí se abre, como a pleno sol, para impregnarnos con imágenes, palabras, historias, recuerdos, cosas, que quedan flotando en el lector activo.



Nos dispara nuevas historias, o nos acompaña, como el sabor de un buen vino en el paladar: cosecha añeja, estacionada, edición reservada y limitada. Por ahora, para unos pocos y afortunados lectores que completamos el círculo.



Inochi wa takara (La vida es un tesoro)


de Ariel Bermani


Postales Japonesas Editores

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