domingo, 4 de julio de 2010

La música puede cambiar la vida

"Pienso en todo lo que logré gracias a la música y no lo cambio por nada. No imagino la vida sin la orquesta." Macarena Mendoza, de 22 años, se refiere a la orquesta sinfónica juvenil que funciona en la Escuela N° 501 de Florencio Varela, en la cual es violinista desde hace cuatro años. Es una agrupación que reúne a 65 chicos de entre 9 y 24 años.

Hasta los 18 años, cuando Macarena escuchaba el sonido del violín en una grabación musical le parecía un instrumento inalcanzable. Hoy, cuatro años después, el violín no sólo es parte de su actividad cotidiana, sino que la música le cambió la vida.

Es uno de los grupos que forman parte del programa Orquestas y Coros para el Bicentenario, que hace dos años puso en marcha el Ministerio de Educación nacional, destinado a escuelas ubicadas en zonas de alta vulnerabilidad social de todo el país. La iniciativa propone a la música como herramienta de transformación social para mejorar el acceso de los alumnos a los bienes culturales, tender puentes hacia la reinserción en la escuela, colaborar en la retención escolar y estimular el contacto y disfrute de la música.



El desafío de poder

La orquesta de Florencio Varela, que comenzó en 2005, pertenece a la Dirección General de Escuelas bonaerense y trabaja en articulación con el programa del Ministerio nacional. Se trata de un proyecto que incluye varias orquestas además de la sinfónica juvenil, como la sinfónica infantil, la de jazz y la de tango, más un coro de niños, otro de adolescentes y adultos, y un taller de luthería. La propuesta está bajo la conducción del director Osvaldo Aguilera, que comenzó hace tres años con 15 alumnos y ya suma 800.



A Osvaldo, un hombre de hablar pausado y sereno, los chicos de la sinfónica juvenil lo adoran. Porque, cuentan los jóvenes, siempre que les da una partitura difícil les dice que les va a salir, que es un desafío. Y les sale. "En la orquesta los chicos se dan cuenta de que pueden y llegan a tocar cosas de gran complejidad, como la ópera Fidelio ", contó el director.

Por su parte, el músico Claudio Espector, impulsor de las orquestas juveniles desde hace varios años, y coordinador del programa del Ministerio nacional, sostuvo: "Los chicos más carentes están estigmatizados que no pueden aprender, pero en la orquesta aprenden", dijo, y señaló que la experiencia muestra que, además, aumenta la concentración de los chicos y su compromiso con la escolaridad.

Tanto Espector como Aguilera destacaron la importancia de que la enseñanza esté dada por profesionales del más alto nivel que descubren, en el vínculo con los chicos, vocaciones muy fuertes de ser músico. "Los chicos perciben cuando la oferta es profunda y no superficial, y eso genera que los cambios se vean", comentó Aguilera.

Cuando los chicos se acercan no tienen instrumentos ni formación musical, en general. "La orquesta es conocer un mundo nuevo", dijo Alejandro González, de 21 años, que comenzó en 2007, y toca el trombón. El joven, que tenía una base musical, destacó los valores humanitarios que prevalecen en la orquesta de Florencio Varela. Y, en la actualidad, trabaja en una escuela de música. También Macarena enseña en una escuela y comentó que le "encanta" tanto hacerlo que no lo llama trabajo.

Ailén Mendizábal tiene 15 años y le pareció "bonita" la flauta traversa. "Cuando empecé me dieron nada menos que La primavera, de Vivaldi", contó con mucho entusiasmo esta adolescente que marca el antes y el después de la orquesta: "Ni me acuerdo de lo que hacía antes; creo que miraba mucha tele en mi tiempo libre". Su objetivo es "llegar a ser una gran flautista y ayudar a otros a que lo sean".

Otra de las características de las orquestas es que los chicos que avanzan puedan acompañar el proceso de aprendizaje de los que comienzan.

Un cambio familiar

El programa de las orquestas se propone involucrar a la familia y a la comunidad. Y lo logra. No sólo porque se presentan con su música en instituciones y sociedades de fomento, sino porque los padres participan. "Acá estimulan a los chicos para aprender. Es como la escuela soñada, y la comunidad es parte", expresó Graciela Gutiérrez, madre de un adolescente que estudia violonchelo.



Soledad Noferi llegó a la orquesta de Florencio Varela en 2005 al llevar a su hija a aprender violín. Después se sumaron sus otros dos hijos. "La orquesta tiene algo maravilloso y es que, por ejemplo, acá no se miran marcas de ropa. Acá se valoran otras cosas", destacó. Tanto ella como Graciela son parte de una fundación que formaron los padres para prestar su servicio y apoyo a la orquesta.

Lautaro Becerra tiene 19 años, toca el contrabajo desde hace un año y medio y ya forma parte del grupo de músicos que fueron seleccionados de las distintas orquestas juveniles de todo el país para ofrecer conciertos en distintos lugares. Este mes estarán en Córdoba y la región de Cuyo y, en octubre, en la Patagonia.

Las sonrisas de los chicos resumen todo.

Laura Casanovas

LA NACION

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