sábado, 5 de junio de 2010

Humberto Napoleón Paletta "Soy como mi viejo, si veo un café me meto..."

Entrevista realizada por el periódico Mi Ciudad


Humberto Napoleón Paletta es el último sastre de Florencio Varela. A cargo de su tradicional local, en la calle Mitre de nuestra ciudad, y también al frente de los cursos de corte y confección que se dictan en la Casa de la Cultura, este querido vecino, fanático de Racing y “peronista de Perón” fue presidente de la Cámara de Comercio e Industria y lleva ya más de 60 años en nuestra ciudad, donde ganó respeto y amistades con una trayectoria honesta y un apego al trabajo que heredó de sus mayores.
 Padre de Humberto y Mónica y orgulloso abuelo de tres nietos, se manifiesta feliz con su vida aunque asegura que no hay que bajar nunca los brazos. “Hay que seguir luchando siempre”, nos dice, y se dispone a contarnos parte de sus muchos recuerdos.





-Háblenos de su infancia…

-Nací el 6 de setiembre de 1943 en Avellaneda, casi frente a la casa de Félix Losteau, ese gran jugador de Ríver.

-Y se hizo de Racing…

-Me hice de Racing porque todos los del barrio eran de Independiente. Y un día mi hermano me llevó a ver a Racing, contra Atlanta… Mis viejos, como buenos tanos, eran de Boca a muerte.

-¿De qué trabajaban sus padres?

-Mi papá trabajaba en Mayorens, en la parte de expedición, donde cargaban los camiones que repartían la mercadería. A veces lo mandaban a Florencio Varela, y le traía medias, mallas y lanas a Gutani. También trabajó en el Mercado de Hacienda de Avellaneda, por 15 años. En Mayorens estuvo 36 años. El era sobreviviente de un naufragio.

-¿Cómo fue eso?

-Mis padres eran calabreses, de Terravecchia, Cosenza, Italia. En 1927, estando mi mamá embarazada de mi hermana mayor, papá vino a Argentina, y lo hizo en el barco “Princesa Mafalda”, que naufragó, con él a bordo, el 17 de octubre de ese año, cerca de la costa de Brasil. Un amigo de él que era músico y también se llamaba Antonio se tiró al mar y se lo comió un tiburón en apenas minutos. Mi papá se quedó en el barco casi hasta el final, y después resistió flotando unas dos horas agarrado a una puerta, hasta que lo rescató el barco “La Formosa”. Pero ese era un tema del que en mi casa no se hablaba. Yo me enteré a través de un zapatero de Quilmes, que conoció a mi padre. Y cuando se lo pregunté a mi mamá me dijo que no querían hablar nunca más de eso. Y a mi mamá la respetábamos a rajatabla. Ella fue sagrada, lo máximo, siempre tuvo la palabra justa para todo.

-¿Cómo vino a vivir a F. Varela?

-La primera vez que vinimos, fue en tren, con mis padres, para ver unos terrenos pegados a la laguna de Gowland. Y nos pasamos. Teníamos que bajar en Gobernador Monteverde y bajamos en Arturo Seguí. Mi mamá le dijo a mi papá “¿A dónde me trajiste, Antonio? Esto es un desierto…” Es que en esa época en F. Varela no había mucho, pero en Seguí no había nada… Después vimos los terrenos, mi papá se quedó con dos y mi hermana con otro. Vivíamos en una casa que no tenía luz, ni agua… Nada. Andábamos con el farol a querosén y con los años llegó la garrafa y una estufa también a querosén que mi papá le compró al Viejo Pisani.

-¿Quiénes eran sus vecinos?

-Los Calviño, Doña Flora que era la del Monte, los Rita Guerreiro, Salvador Sale, el Negro Leyes, Cholo Lerzo,… Había pocas casas, y mucha tierra. Y un par de hornos de ladrillos.

-¿A qué escuela fue?

-Empecé sexto grado de noche en la Escuela 1, y al otro día mi viejo me mandó a laburar. Fui a la única sastrería que había en F. Varela, la de los Colangelo, Benito y Manfredo. Ahí cosíamos a mano. Estaba en San Juan entre Monteagudo y Alberdi, en la casa de Chichilo, que era un italiano muy conocido. Yo tenía unos 14 o 15 años. Conmigo trabajaban dos chicas llamadas Ana. Una era del Cruce, la otra se llamaba Ana Gata y años después fue mi empleada.

-¿Fue su primer trabajo?

-Yo ya había estado aprendiendo el oficio desde los 11 años, en Avellaneda, en un negocio que estaba en avenida Güemes y Mitre, con un sastre excelente que se llamaba Rodríguez.

-¿Y después?

-Yo quería progresar. Y fui a perfeccionarme en la mejor academia de corte y confección de Buenos Aires. El Instituto Modelo, que estaba en Corrientes y Uruguay. El profesor era francés y se llamaba León Stuart. Yo volvía tarde y me bajaba en el Cruce Varela, en el kiosquito de Atilio Ciccone. Ahí conocí a mucha gente, como Bicho Moro Calegari. También a Ruben Irrigible, que vivía en Contreras y España y arreglaba relojes para industrias. Este muchacho también viajaba a Buenos Aires y volvía más tarde, porque iba al salón Mariano Moreno, con los Santa Marta…

-¿Los Santa Marta?

-Sí. Era un grupo que tocaba jazz y cumbia, que integraba Ruben y otros varelenses. La cuestión es que empecé a acompañarlo y claro, a volver a mi casa cada vez más tarde, hasta que una noche mi mamá me dijo “estás llegando a la 1 o 2 de la mañana, pero la hora en que tenés que estar es las 11:30 o 12…”.

-¿Cuándo se independizó?

-Cuando alquilé un local donde ahora está Lanzilotta, sobre Mitre. Estaba con un sastre de Magdalena, Norberto Mariato. Todas las tardes iba a tomar la leche a la casa de al lado, donde vivían Juancín y doña Elsa, los dueños de la famosa lechería que estaba en la avenida San Martín. Estuve cinco años ahí y un día cayó Manolo Fernández para ofrecerme un local aún más céntrico, en Mitre 208, donde ahora está el maxikiosco. Yo hacía rato que quería venirme más al centro. Había un muchacho, Juan Corniglia, que me vendía avisos en “El Sol” de Quilmes y en el telón del Cine Rex. En esa época, el cine ponía publicidades en los programas y en el telón que se veía antes de que empezara la función y entre película y película. Fue una buena época, trabajé muy bien, me compré un Torino, y se dio la oportunidad de comprar la propiedad de la sucesión de Nerone, enfrente de donde tengo la sastrería ahora. Pero… la plata no me alcanzaba, y se me ocurrió pedírsela al escribano Pereyra, que me había casado, y que por esa época era comisionado municipal. No puedo dejar de agradecer lo que ese hombre hizo por mí… Me apoyó la mano en el hombro y me dijo que pasara por su casa a buscar el dinero. “Yo te conozco bien, Paletitta- me dijo- andá tranquilo y hacé lo que tengas que hacer”. Después fui, y fue la esposa la que me dio la plata, envuelta en un papel de azúcar del almacén de Angarola. Y me la prestó sin firmar absolutamente nada.

-Se vé que siempre fue una persona de confianza…

-Bueno, toda mi vida anduve por donde tenía que andar y me porté como tenía que portarme.

-Cuéntenos algo de su época de juventud. ¿Iba a bailar?

-Claro. Los bailes me los recorrí todos. Hacíamos asaltos en lo de Perazzo, en el barrio 4 de Junio, al fondo de Villa Vatteone, íbamos a los bailes de la Villa San Luis y a Los Locos que se Divierten, y también al Ateneo de la Juventud, donde había un sapo al que íbamos a jugar a la tarde. Eso sí, donde había un baile yo estaba.

-También fue presidente de la Cámara de Comercio y tuvo que ver con el logro de la sede propia…

-A mí me sumaron a la Cámara Gabriel López y don Pedro Vecchio. Funcionábamos en un local alquilado sobre la calle Monteagudo y queríamos tener nuestra propia sede. Un día Alfredito Scrocchi pasó por mi local y me dijo que había una propiedad que estaba en venta, pero teníamos que viajar a Beyró para ver al dueño. Y allá fuimos, Alfredito, Nicola D´Elía y yo, a 550 kilómetros de acá, a ver a Regi Valdomir, que dio el asentimiento para la compra. Pero había un solo problema. Costaba 3500 pesos y nos faltaban 1000. El que los puso fue Pedro Vecchio, y se compró la sede donde hoy está la Cámara.

-Fueron años de mucho esfuerzo…

-Sí. Yo vivía para la Cámara, con mucha gente que trabajaba intensamente, como Grisolía, Souto, Freigedo, Ciccone… Hacíamos esos asados multitudinarios en la Villa San Luis, a los que iba todo F. Varela. Se hizo mucho, con gente realmente extraordinaria.

-¿Con qué cosas se divierte ahora?

-Nos juntamos a comer con amigos como el Vasco Amilibia y José el carpintero. Y además voy al café Samurai o al de 9 de Julio, porque yo, igual que mi viejo, veo la puerta de un café abierta y me meto…

-¿Está contento con su vida?

-Sí. Acá estoy, cortando pantalones y sacos, como siempre. Vivo en una casa alquilada, y la vida es una lucha, porque uno nunca sabe lo que le espera. Pero sigo tratando de meterle para adelante, luchando. Tengo tres nietos a los que adoro, les pude dar una buena educación a mis hijos, y lo que hice fue con esfuerzo y transparencia y está todo a la vista.

-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente? Y no me diga que le pediría que Racing salga campeón…

-Sí. Le pediría por Racing y le agradecería todo lo que me dio y lo que pude hacer, y por dejarme seguir los pasos que me marcaron mis viejos.





A.C.S.

1 comentario:

  1. Muy linda la nota; debo reconocer que fue el mejor amigo de mi papá y me consta la buena persona que es, no solo en los momentos buenos sino principalmente en los malos,Gracias por compartir mañanas y tardes con mi viejos; siempre formará parte de nuestra familia (pequeña) pero familia al fin.-
    Pabla Alejandra Escobar.-

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